Un padre, incapaz de comunicarse con su hija después de la pérdida de su madre, le envía aviones de papel con mensajes literarios desde el balcón cada día. Estos mensajes la llevan a una biblioteca, donde, con la ayuda de una bibliotecaria, descubre el vínculo entre los libros y la vida. Años después, convertida en escritora, la hija vuelve a la biblioteca para compartir esta experiencia que ha inspirado su primer libro, El mundo está roto, pero se puede andar.

El mundo está roto pero se puede andar habla de esa brecha vital y emocional que, a veces, se impone entre padres e hijos, complicando la comunicación.
Con este espectáculo se reivindica la biblioteca como un espacio de gozo que ensancha la mirada y nos ayuda a conocernos; un plantel infinito de historias que nos llevan a profundizar en el conocimiento de nuestras contradicciones y dilemas.

Por medio de estas pequeñas historias compartidas, los caminos se hacen más transitables y el mundo más legible, demostrando que andar y leer son, en
el fondo, la misma cosa.